Sunday, July 23, 2006

Heréticos individuales de FERNANDO MARQUINEZ





LAGUNA

Espera el ciego futuro
al borde de la henchida laguna,
la masacre desplegada,
la aspereza del junco.

Los esqueletos fijan los controles del sol,
en el breve murmullo de la espiga,
en el sesgo del sendero de los pasos.
Hay susurros de loco en cada árbol,
una suerte de distorsión en el yuyal desmedido.

Las cenizas guían al humo hacia el agua,
gotea el adiós de un nido de culebras,
la vaporosa muerte irriga
demorando el destemplado acorde.

El suelo exprime y se contorsiona
pero no explica la desavenencia
demasiado humana.



DOS DESPOJOS

La ruta que conduce a la muerte
El tipo conduce el desvencijado automóvil
por el camino rural
hasta que se detiene
en un punto de la silvestre banquina.
Tres sujetos descienden del vehículo
y comienzan a observar detenidamente
los restos de un zorro
(raro en estos parajes)
descompuesto y desplomado en el suelo.
Uno de los hombres tiene una cámara.
Filma a otro, el conductor, que se acuesta
sobre el recalentado pavimento
buscando un paralelismo,
un símil con la mortal presencia.
Todo dura apenas unos minutos,
la toma es perfectamente calculada.
Cuando el tipo se levanta
sus facciones no pueden ocultar el fastidio.
Se siente más desgraciado
que el pobre animal
y tal vez presiente
en el olor del zorro,
en el zumbido de las moscas que imprimen
turbulencia al hedor,
su irreversible calidad
de futuro despojo,
la náusea que se revela anticipada.



IN EXTREMIS

El irremediable deseo de muerte
envilece la demora.
La bufonada de la agonía
disemina el terror de la palabra,
la fruición del despectivo escalpelo del cirujano,
el tono convulso de la futura ficción necrológica
oculta la falsaria condolencia,
el nebuloso epitafio.
Un mínimo poemario
arpegia las cenizas transparentes,
dantescas congojas
husmean el colapso color chocolate;
canturreas las últimas melodías
antes del cadalso
y del floral olor agridulce.



LAS ANSIAS DE LA JAURÍA

Inexploradas visiones antropoides
descorren los telones de un infame degolladero.
Cierto merodeo escénico supura
en la siniestra deriva del matarife,
que chapotea flameantes rigurosas antorchas
de coágulos sin rumbo.
En escarlatas paños de billar
se inflama un mortecino juego
germina
una monstruosa cepa
entre la rancia lonja carnífera
y el griterío del mercado
apolillado en gutural angurria
de perpetua agitación.
No importa el bramido
ni el sórdido karma
porque la saliva responde
a las ansias de la jauría
y reluce en los ojos maquinales
la brizna fiambraria,
la avezada sed
que otorga la automática avidez a la toxina.



INTERREGNO

El tórrido gusano de ojos de centeno
esquiva la perturbadora luz mala
concentrada en un punto difuso del campo visual.
En el páramo que delimita el camino de tierra,
al borde del desvencijado terraplén,
emerge entre el polvo de la desbocada sequía
un ruidoso Rastrojero
y se estaciona sobre la hierba.
A escasos metros,
un pequeño roedor se escabulle en el rastrojo vacilante.
El hombre de la sotana suelta el volante
y saca un mugriento billete,
extendiendo su mano hacia el joven que lo acompaña.
El hedor de un caballo muerto
emerge del chamical, estremeciendo el lodazal y el bañado.
El hombre cierra las ventanillas,
los vidrios comienzan a empañarse lentamente,
acompañando al rocío y al sudor.
El quejumbroso molino retuerce el paisaje
con sus aspas crucifixiales.
Recuerda a un dios extranjero
en su propio cosmos,
atrapado en su acertijo
de interregno
frenéticamente terrenal.



AGUA DE LOS CHASQUIDOS

(1)

El vibrato del bullicio
se esparce en el desbocado cauce
remembrando el esquizoide frenesí
de un estereotipado hematoma;
el ritmo punzo-cortante del caudal
penetra en el arrabal siniestro
del caudillo.
Descansa el fraguado ojo
en la vitrina protectora,
junto a viejos trofeos sin laurel.

(2)

El imán se escuda en el polo regresivo mientras
los hemípteros avanzan sin claudicar.
La luna llena
luce demasiado maquillada
La sangre pesquisa las ruinas y los actos,
algunas bestias pacen
en una mínima pastura sobreviviente,
la paciencia hace estrépito
en un líquido
delineado en las formas del engaño.


(3)

A punto de caer el fruto en el puente,
obtura un timbre ajeno y acre.
Detiene la avinagrada musa,
la pluma que esconde su aliento.
La guadaña siega la memoria colectiva
El lúgubre sol desmitifica
el apetito recesivo,
su herética desmesura.


(4)

El hueco busca el hueso
y las entrañas cascaradas.
Las madrigueras hurgan
en el vacío extraviado.
Una avara floración,
casi incolora,
desvía la colmena
hacia el agua de los chasquidos



EPILOGO
(Oratorio Morante, 20.9.04)

La llaga baldía dispensa otro hedor innecesario
como la puna que altera el oído novicio
en la altura tremebunda.
Como el cochecito funerario,
la sorpresa del chocolatín envenenado
y la carne picada con vidrio.
El mostrador del bar en el caserío
dispensa las agujas alteradas del reloj
que no avanza.
Rulemanes y máquinas agrícolas
vegetan al sol penumbroso de quejidos.
El aria de los insectos necesarios para
el banquete de otros
congestiona la tarde y las narices
concentran la polvareda silenciosa.
Invariablemente.

1 comment:

Juan B. Morán said...

Realmente sorprendido.

Saludos