Sunday, July 23, 2006

Prólogo de Herética Desmesura por MARCELO SCALONA





La desmesura tiene siempre la seducción de lo orgiástico, lo primitivo, lo original, lo salvaje. Lo sabe sólo quien ha hecho el amor en mitad de un surco rodeado de choclos o espigas; y hay que haber aspirado todo eso en un solo instante, y más tarde, igual, darse una vueltita por la morgue: el perfume de la tierra en vivo, o el de la carne, en muerto; el semen o el fluido y el terrón y esa confusión de la espiga con los pelos y de la carne con la tierra. Eso es desmesura, y así son, terriblemente visuales, lacerantes y directos, estos poemas exagerados de Guiamet, Fuster, Marquinez y Carreras: los rastros que deja el crimen, el semen, el himen, el vino y la clámide.
¡Pero qué bien escritos...! Con una materia tan evidente, podrían haber tomado el atajo de la manipulación o la cursilería. Pero no, la articulación es barroca pero definida, romántica pero áspera. Una provocación hondamente lírica, llorada, especie de escupitajo de los humillados y desde abajo de las ruedas del engranaje asesino. Especies del Rimbaud maldito, Francois Villón, León Bloy, Almafuerte, pero revisitados, claro, 2004, cercanos a Perlongher, Bukowski, William Burroughs o a la imagen poética del “Irreversible” de Gaspar Noé o del cuchillo que corta el globo ocular de Buñuel. Una evidencia desmesurada, repetida, que adrede causa el mismo hartazgo de una orgía perpetua (¿la historia?), del solaz asesino, o del placer en ciernes, larvado, hipócrita o, por fin, desahogado.

Si se acuerda con Arlt, acerca de que la escritura debe ser un cross a la mandíbula, estos poemas, lo cagan a uno a trompadas. El cuarteto en común rezuma una voz bien indecente, como “La Balanida” de Verlaine o cualquier texto de Sade, o el Tuñón, de Boedo , pero acorde a la época y su fina formación, el libelo, odioso e implacable, resulta como una figura barthiana: no falta en ningún momento el collage entre el país sojero y los tubos catódicos, los programas de radio del año 40, la alteración de las subjetividades enamoradas de los travestis, los intertextos con lenguajes del peón rural, el cura sodomizador o el simpático torturador que llamaba “putitas” a las víctimas femeninas. Bello desahogo a la sempiterna pacatería rosarina, que tendrá una nueva oportunidad para decir: “algo habrán hecho, para escribir estas porquerías...”

Guiamet, Fuster, Marquinez y Carreras, adrede insultan, saturan, como un homenaje (el que recién está empezando) a Perlongher o a Puig, acusando a todos los timoratos que en este país han hecho morcillas con seres humanos, empezando por Tata Dios, claro, que, dicen, ya tendría ciudadanía italiana.
Como siempre ocurre con esta clase de textos, tendrán fanáticos o enemigos, serán considerados un canto o una abyección: a algunos nos parecerán bellos como los espumarajos de Van Gogh; a otros, basura. No hay posibilidad de ponerse en el medio. En un punto, “Herética desmesura” es el lanzamiento (¿vómito?) de un registro poético, de un lugar en un lugar en el mundo.
Los que gustan del hermetismo, las alusiones y lenguajes omitidos, podrán disfrutar de los poemas individuales de Raúl Carreras, una Epifanía triste que dice algo de aquello (Borges) que nunca termina de decir la pampa: un tono impresionista que puede hablar de objetos rurales y cotidianos con una musicalidad suave, precisa, honda. Los poemas de Fuster, en cambio, son más explícitos, visuales, urbanos en el recorrido de sus versos. En el caso de Guiamet y Marquinez, parece que ellos hubieran conducido el tono devastador de la obra colectiva. Lo mantienen en sus poemas individuales, una catarata sensual exasperante, extenuante, que adrede nos pone en vilo hasta el mismo desahogo del climax o el éxtasis. Pero no ceden nunca a la tentación de manipular o sorprender. Provocan, enamoran, atribulan, pero sin sobreactuar las palabras o imágenes. El desafío del barroco es alcanzar ese equilibrio.
A algunos no nos costará nada, a otros, les exigirá cierto esfuerzo sentarse en el ring side de estos poemas, para ver una pelea de box o una violación y seguir tomando vino sobre la resaca de las siete de la mañana. Estos poemas son eso: una provocación, una protesta revulsiva y, especialmente, el orgullo y la alegría de ser eso, de no dar vueltas, apenas un par de fintas y enseguida, el jab a la mandíbula.

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