Sunday, July 23, 2006

Desmesura colectiva por GUIAMET, CARRERAS, MARQUINEZ y FUSTER





De izquierda a derecha: Carreras, Fuster, Guiamet y Marquinez.


Clip de Herética Desmesura "Un viaje rural"





Serie Uno

INFORTUNADO ASESINO SERIAL

Heréticos puñales. Angeles, Asesinos y Clowns. La sangre en el filo. Boo the clown y su nariz desflecada. Pantanos y Renacuajos. El vino y Poncio Pilatos.


(1)

Un puñal sangró en la mañana soleada,
con lágrimas de vino se derramó la palabra
y el crimen creció desmesurado
en el cadáver fotogénico de las parcas.
Otra vez la inundación de cabezas degolladas
recorre el asfalto sediento,
te llaman Mr. Hyde, Landrú, Boo The Clown,
pero apenas existís en tórridas historias policiales,
ese es tu duelo, tu karma.



(2)

En el anochecer del martes
el fuego destruye el cuerpo enrevesado
y un puñal sangra después en la mañana soleada.
No somos ángeles celestiales,
apenas sudamos junto a un cuerpo pago,
apenas vivimos junto al estertor jadeante del metal.
Pantanos y renacuajos en feliz simbiosis
nos crecen como gotas de rocío.



(3)

La estocada del vino,
el nasal sueño salino,
un puñal sangrando en la mañana soleada
liberando la palabra,
como la nariz que se desfleca en mucosidad aristocrática.
Huecos anodinos del pantano,
renacuajos desesperados buscando sol,
silencio que crece
de las manos que tiemblan,
llevando el pañuelo reparador
al laberinto del rostro.



(4)

El humo del cigarro resquebraja
el espacio de la palabra caída
entre nosotros dos.
Es una patraña que alimenta
la disnea silenciosa e infeliz,
un puñal sangrando en la mañana soleada.
Los infelices sólo respiran los sueños muertos.
Entre ellos, sangre, acabadas,
dolor y las señas del adiós.
El extremo contrapunto de una degradada orgía
de Poncio Pilatos clamando por más.




Serie Dos

TRAVESTI CRUZANDO LA AVENIDA

Mitre y Pellegrini. El ardid de los estafadores. Arte gótico y conventillos. Un cuerpo real. Noches de ronda. Las ciudades hijas de puta. Indiscreción y lencería.

(1)

La condensada tripa de la lágrima
se desliza en rudimentos de arte gótico.
Música que escapa de conventillos,
mendigos en Mitre y Pellegrini
ansiando los bolsillos de algún hijo de puta.
La indiscreción seduce a todos,
incluso a los hábiles estafadores
devorados por la ansiedad de un cuerpo real.


(2)

Mitre y Pellegrini, la gran vía.
Lágrimas de sal,
finezas y arte gótico.
Música de ultratumba en la
noche de ronda hija de puta,
la indiscreción de la sociedad pacata
humilla al estafador travesti,
mi enamorado.



(3)

La lluvia, dice él, es un arte gótico,
una música que moja tus piernas.
Mientras un conductor en Mitre y Pellegrini
se deslumbra con tu cuerpo de lágrimas
y la indiscreción de tus muslos obscenos
donde la lencería es un ardid estafador
y tu sexo, el arpón hijo de puta
donde se extravía mi deseo.



(4)

Música del corazón latiendo,
las paredes lejanas del asfalto de Mitre y Pellegrini.
Una lágrima urbana rueda en la mañana
sobre el arte gótico que destruye las venas.
Un estafador se levanta temprano
y nacen las ciudades hijas de puta
como una indiscreción
que nos llueve dentro del corazón.








Serie Tres

DE SOBREMESA

Infinita idiotez de los comensales. Despojos de almuerzo. Una entraña que vomita poesía. Nostalgia de senos ardiendo. El sacrificio de Dalton. Inquieto hedor de la parca. Entre tus pelos, la agonía.


(1)

La infinita idiotez de los comensales
convive en sus manos ásperas.
Los sueños se precipitan. en las calles
como una mediocre antorcha
de efusividad decadente.
Blanca, la luna nos besa
y el oscurecer es la noche de tu cuerpo.
Un cercano sofisma sobremuere en el cafisho:
vive, parasita, escupe los restos.


(2)

Entre despojos del almuerzo
y la infinita idiotez de los comensales,
ninguna razón conduce a la iglesia.
Los peces respiran el sol
y tenues enredaderas de algodón sucio,
desatan un lujo ficticio.
En la mercurial entraña del mórbido poeta,
desesperados alaridos de socorro sin auxilio
recorren la inconsolable nostalgia
de tus senos ardiendo.


(3)


La estaca se clava
en la infinita idiotez de los comensales.
Hojas resecas de otoño,
descargas narcolépticas de abrazos y reproches,
el sacrificio de Dalton en el ojo derretido,
modelan un maravilloso milagro para un lúgubre fin:
subterráneos del hambre
y afuera,
entre tus pelos, la muerte de la noche.


(4)

Imagina
el sol que se extingue
cuando las cruces irradian el pasado,
heladas fracciones de muerte en el suburbio,
la infinita idiotez de los comensales.
Manso, el vino tinto nos habla
del inquieto hedor de la parca.



Serie Cuatro

AGUAS DE LA DESMESURA

Las puertas-canoas. Drenaje Chacarero. Un dios anoréxico. La avenida del agua. Atardecer en Villa Cañás. Vigilancia del campanario mudo. Un crepúsculo rasga la banquina.


(1)

Sobre el horizonte difuso del día
un pueblo quieto se refleja.
Un campanario mudo en el paisaje
imagina las puertas-canoas
debajo de aquellas sombras de pinos
abiertas al silencio calmo del campo.
Un sórdido drenaje chacarero
sobrevive a las banquinas inundadas de indiferencia,
crepúsculos lacerantes de una tierra enmudecida
naufragan
en el ondulante mar de la soja.



(2)

Paranoia de estiércol,
drenaje chacarero,
elefantes, cementerios móviles
y la banquina inundada.
Atardecer sin cumbias ni sexo,
crepúsculos lacerantes,
un campanario mudo en el pueblo quieto.
Nostalgias y triste ironía
inmolando sombras de pinos en puertas-canoas.


(3)

El lacerante crepúsculo
fumiga lo poco que resta de atardecer.
Un pueblo quieto,
dormido en el espasmo de un dios anoréxico
y un campanario mudo
por el extremo horror de la cosecha perdida
observan puertas-canoas derramadas al azar
de una correntada asfixiada
por las sombras
de los pinos que sueltan anzuelos
de sol entre sus ramas.
El drenaje chacarero siembra sus dudas
aún se ven los cuerpos en la banquina inundada
aunque la negrura avanza con húmeda avidez.


(4)

Acuchillan la ruta las sombras de pinos
sobre el caserío,
algo más que la suma
de canoas, árboles, alambrados y puertas.
La banquina inundada nos despide
de su breve presencia
y otra vez, viajando (40 km por hora),
hacia la nada del mañana, hundidos
en el drenaje chacarero de granos y divisas,
hacia el atardecer de Villa Cañás,
donde aguardan crepúsculos lacerantes.
Un pueblo quieto donde ocultar
los rostros, las armas y el dinero,
nuestro pequeño fragmento del reparto
bajo la minuciosa vigilancia del campanario mudo.




Serie Cinco

DESTREZAS CAMPERAS, MAÑAS DE ALDEANO


El óxido del aire. Sueños de labrador. El desbande de las alambradas. Cocaína del duro capataz. El irrisorio verde bestial. Un ánade. Rumor del tractor. El juego nasal de la nieve. La bala aliviada.


(1)

Un océano transgénico de
viento que nos cansa la mirada,
tierra degollada que golpea en la sien,
brazos que, como hachas, desnudan una mente sin maderas.
Demasiada labor se escurre entre los dedos de la miseria...
El óxido del aire nos desgrana
y empuja hacia fatigosas marejadas,
en un paupérrimo genotipo sin miradas
ni perdón.


(2)

La ruta nos aleja de la luna clara
junto al hechizo del irrisorio verde bestial,
el agua es un espejo de lúgubres traiciones:
refleja un pecho que simula el horror,
oscuro silencio que oprime al viajero
cuando transporta la cocaína del duro capataz.
Nada, nada parece más blanco,
estaciona en la noche, en medio de la nada
y juega a que es nieve lo que husmea su nariz


(3)

Alambrados huyen desorientados
en la tórrida pampa.
desorientados, los pájaros buscan algún norte.
tus manos se extravían en jornadas y caricias
algún dios calma su sed en los charcos
algún pato salvaje alivia una bala cansada.
Piadosas mentiras bendecirán la cena
y entre tanta negrura, pesar y extravío
descansarán en paz los sueños del labrador.



(4)

Perdida estación de rieles como granos,
cosecha de recuerdos familiares, fotos sepias
y la memoria del jornalero
engarzada en la espuela de la sistemática picazón.
Adornando despojos de humillante cacería,
el galope hacia una vizcachera en la noche
rompe el sueño y la memoria.
Decapita el rumor del tractor
la subterránea muerte llena de harapos.



Serie Seis

TELENOVELAS DE LA DESMESURA

Últimos huecos de amor, últimos tubos catódicos. Obscura duplicación del pubis. La espera burlesca frente al televisor. Zombie. Sonrisas ultrajadas. Semen y resina.


(1)

Amor de insípida telenovela,
usinas de lágrimas en el vacío de los ojos,
ruinas que empalidecen crepúsculos,
urbana elipsis sin retorno,
y el horizonte de las caricias.
Los ángeles temen al espejo de la noche,
la mujer de negro se atraganta
y un último hueco de amor
se reproduce entre sus piernas.



(2)

Negro profundo, los ojos del amor.
El sexo supura en el slip
del maldito empresario.
El regordete se bambolea como un zombie
frente a la niña desnuda;
la peste se atraganta de un placer
que olvida pesadumbres.
La tumba de hoy
olvida la telenovela disecada
en el último tubo catódico.


(3)

La sordidez exaspera
la espera burlesca del pibe que agoniza
frente al televisor.
La sonrisa aguachenta resignada en el adiós,
nieve en el alambrado
que aquilata cicatrices de encierro.
Entre la resina alienada de sida
sonrisas ultrajadas
se contonean en el blanco inmaculado.




Serie Siete

CRIMENES DEL BARRIO ECHESORTU

El psicópata del sur, el travesti, el manosanta y el desratizador. Manchas rojas sobre tela negra. Camalotes venenosos. La daga voraz. Un dios menor. La piadosa mano del perverso.


(1)

La bragueta abierta del psicópata del sur
esconde un misterioso vacío de placer,
una piadosa mentira condescendiente
que le regaló un hermoso travesti.
Su impía lengua añora
el venenoso camalote,
un camafeo que avivó el fuego
de un taimado manosanta
que supo contarle esa historia de amor
entre una sotana sangrante
y un oscuro aprendiz de desratizador.


(2)

Misterioso vacío, crudo desamparo.
No hay piadosa recompensa,
Un hermoso travesti abriendo las piernas
despierta la libido del psicópata del sur.
Manosantas gozando entre balcones,
una sotana sangrante,
patético corolario.
Desratizador procesado
en el correccional de turno
para evadir las respuestas
del camalote venenoso.


(3)

Piadosas, las carcajadas
nos protegen del hermoso travesti
que lame las heridas
como un psicópata del sur.
Misterioso vacío en el silencio
de las sotanas sangrantes,
acaso
un desratizador de sueños mudos,
un camalote venenoso
acaso
un manosanta que nos interroga.


(4)

La silueta de un hermoso travesti
se enfrenta al horizonte;
huye del cuchillo voraz el psicópata del sur.
La herida infunde misteriosos vacíos en la lencería
que la piadosa mano del perverso anidó en su cuerpo.
El demente se cree un dios menor
un desratizador,
desmaleza de putas las calles
(desea extinguirlas como camalotes venenosos)
Morirán violadas y de bruces
frente al altar del manosanta,
que oculta sus navajas bajo una sotana sangrante.




Serie Ocho

HERÉTICOS INUNDADOS

Responso del ahogado. Nuestro Monseñor. El anonimato de los vómitos. Puras tinieblas. El semen satura y sutura. Ventanucos de la morgue. El gobernador salta charcos frente a las cámaras.


(1)

El tranquilo responso del niño ahogado
ese cuerpo oscilante en el camalotal
de un río injusto y oscuro
que ríe a carcajadas con voz fantasmal;
la apestosa sonrisa del gobernador, lejana;
sus caminatas entre falsos charcos inofensivos
ahondan el frío acuoso de la muerte
que cobija por siempre nuestro monseñor.



(2)

Brumas del progreso en las lenguas de los comensales.
Puras tinieblas de un espadachín ficticio,
muestran la podrida sangre del software
(y un borracho a los postres, hace un brindis por el ayer)
Mientras el amor nos abre poros en las manos
y transparenta un inconmensurable dolor,
perdemos de vista un río de impunes desechos
(los vasos descartables, un lemmon pie en descomposición,
los vómitos anónimos que sucedieron a la cena)




(3)

Un hálito de agosto huye del alba
como romance profano en el horizonte virgen.
Huellas de un crepúsculo que coagula desesperanza
y permite el infeccioso sueño que arrulla a casi todos
mientras los otros, extranjeros de la miseria,
dibujan la herida en las manos
de los que aúllan impávidos
en la frontera irrisoria
donde el semen satura con insistencia.


(4)

Rayos de un sol imprudente iluminan los despojos;
partes de la sonrisa helada de un cuchillo
que sangró heridas, carcajadas y responsos;
párpados que se cierran ante la evidencia
de una autopsia sádica y lasciva;
páramos anegados que resumen la anestesia siempre viva;
siemprevivas que ornan los ventanucos de la morgue
bajo un cielo que nunca dejará de ser inocente.




Serie Nueve

SHOPPINGS ERIGIDOS SOBRE FOSAS COMUNES

Nuestro shopping. Beneficios sociales de otras épocas. El cielo del perdón. La funeraria y el desagüe del viejo frigorífico. Una absolución militar. Pocos gritos. La ronda de las águilas. El más gordo de los hombres.


(1)

Todo se edifica en nuestro shopping,
el milenio se construye en la imagen impune,
el aeropuerto vomita altas miserias sin alas.
Para los negros del andamio, implumes,
siguen los beneficios sociales de otras épocas,
cuando los shoppings eran el sueño insípido
de un alienado Buenos Aires,
cuando Miami ardía como una puta en celo
y la música disco no conocía del éxtasis encapsulado
bajo la lengua rapaz.


(2)

La empresa mortuoria vive sin pausa.
Morosa, aguarda que el pueblo la provea de pérdidas.
Escondida bajo el trigal y con paciencia,
la muerte se alimenta de tu sudor.
Todo el terror se contamina de patéticos dioses
y es el dueño de la funeraria quien,
como en el atardecer que siguió a la muerte
de tu padre,
bebe del cielo el perdón.


(3)

El automóvil derrapa en el camino de tierra,
una de sus puertas se abre y cae
una bolsa de plástico negro que al parecer
aloja un cadáver corrompido
por buenas costumbres y estériles palabras.
“Por algo habrá sido”, dice una fantasmal voz anónima.
“No gritó tanto la putita”, asevera el más gordo
de los hombres.
Los asesinos arrastran el cuerpo
hacia el desagüe del viejo frigorífico,
el olor nauseabundo los incita y excita,
la nostalgia abre los poros de lo indecible,
el torso desnudo de una realidad sin morfina.


(4)

Las águilas rondan la presa antes del almuerzo.
Hay resabios de un par de víctimas
(no tan inocentes)
y en el dique flotan los lacerados y réprobos,
repudiados por Menéndez.
El estiércol parece un destello fashion,
casi un Van Gogh dorado y fino.
La ilusión de los inocentes
se inclina ante el proceso
que en carne viva ofrece su bondad:
una absolución militar a faltas falaces,
una dádiva de la parturienta saliva de la tortura.







Serie Diez

ORATORIO MORANTE

Inicio de la Historia. Entre cadáveres. El verdor de la botánica. Tres tablones de quebracho. Husos antihorarios. Gauchos enterrados entre cuatro tapiales. La voz de la tierra monologa. Sustancias químicas. La mirada de unos niños.


(1)

Entre cadáveres se conoce la impiedad del discurso,
la reserva silvestre que rastrea el zumbido y el graznido.
Un oratorio vacío custodia el oprobio
de la Memoria crucificando el futuro.
Voces hendidas de pesadumbre,
un crepúsculo asesino del viajero diurno
que no sabe si alcanzará a escapar
de estas tumbas del olvido profano.


(2)

La citadina presencia de cuatro seres
alitera el verdor de la botánica.
Frente a ellos,
exquisitos cadáveres en blanco y negro,
tres tablones de quebracho,
un puente hacia el almacén
y el volumen del viento
extendiendo la tarde
sobre el insulto infinito de la pampa.
La muerte vuelve en cada siseo de la brisa,
la muerte nieva como quejidos derrotados.
sobre las huellas de los caídos en el inicio de la historia,
dimensión en la que Mitre y Urquiza
no son sólo calles.


(3)

Los muertos escuchan el canto del tero,
los vivos desconocen sus nombres,
la dinámica aparentemente estable
agita las huellas
de un destino que transita la desmesura.
Así, nuestra historia
(unos muertos entre cuatro tapiales roñosos)
atraviesa opacos eslabones de fraguadas escalas
y ausente de peldaños,
el trasvasamiento se vuelve inocente.


(4)

Viento confundido, crecido de entusiasmos;
en los cimientos, el uso antihorario tambalea.
Rejas para un tiempo que privilegia el olvido,
no hay identidad que sobreviva
al espejismo infinito de los sucesos.
Los sueños intentan
–pintados a la cal-
desnudar los fantasmas,
pergeñar soluciones al súbito espasmo.
La memoria rescata sólo un gris de silencio.
Inflexibles al paso del tiempo,
asoman las cruces.


(5)

En la pampa rige huso antihorario,
el tiempo se desgrana como terrones
que enfrentan al arado.
Anónimos, sin identidad,
gauchos enterrados entre cuatro tapiales
y el ruido del viento confundido
con el tráfico.
Un auto sacude el paraje,
un súbito espasmo.
La tarde pierde su gris de silencio.
La historia, la derrota y la traición
emergen, entre cruces de fierro ennegrecidas,
del pequeño y devastado cementerio
pintado a la cal.


(6)

Agudas rejas hincan
sombríos fantasmas del rastrojo.
La identidad se rebaja
en sustancias químicas.
El viento,
confundido por remolinos gigantescos,
descubre a la tierra en el monólogo.
Husos antihorarios de efecto caracol
convergen en el gris del silencio,
un rumor de ahogados ecos en la indomable explanada.
Cruces nacidas del suelo,
agazapadas series pintadas a la cal,
afantasman el súbito espasmo
destrozado
en las heréticas sombras de cereal y estiércol.


(7)

Identidad del campo olvidado,
huecos de un viento confundido
que nos empuja fuera del tiempo.
Husos antihorarios,
rejas para la voz del campesino,
cruces en la tarde del cementerio.
Paredes rústicas pintadas a la cal.
Súbito espasmo,
la memoria gris del cielo
en la mirada de unos niños.

Heréticos individuales de FERNANDO MARQUINEZ





LAGUNA

Espera el ciego futuro
al borde de la henchida laguna,
la masacre desplegada,
la aspereza del junco.

Los esqueletos fijan los controles del sol,
en el breve murmullo de la espiga,
en el sesgo del sendero de los pasos.
Hay susurros de loco en cada árbol,
una suerte de distorsión en el yuyal desmedido.

Las cenizas guían al humo hacia el agua,
gotea el adiós de un nido de culebras,
la vaporosa muerte irriga
demorando el destemplado acorde.

El suelo exprime y se contorsiona
pero no explica la desavenencia
demasiado humana.



DOS DESPOJOS

La ruta que conduce a la muerte
El tipo conduce el desvencijado automóvil
por el camino rural
hasta que se detiene
en un punto de la silvestre banquina.
Tres sujetos descienden del vehículo
y comienzan a observar detenidamente
los restos de un zorro
(raro en estos parajes)
descompuesto y desplomado en el suelo.
Uno de los hombres tiene una cámara.
Filma a otro, el conductor, que se acuesta
sobre el recalentado pavimento
buscando un paralelismo,
un símil con la mortal presencia.
Todo dura apenas unos minutos,
la toma es perfectamente calculada.
Cuando el tipo se levanta
sus facciones no pueden ocultar el fastidio.
Se siente más desgraciado
que el pobre animal
y tal vez presiente
en el olor del zorro,
en el zumbido de las moscas que imprimen
turbulencia al hedor,
su irreversible calidad
de futuro despojo,
la náusea que se revela anticipada.



IN EXTREMIS

El irremediable deseo de muerte
envilece la demora.
La bufonada de la agonía
disemina el terror de la palabra,
la fruición del despectivo escalpelo del cirujano,
el tono convulso de la futura ficción necrológica
oculta la falsaria condolencia,
el nebuloso epitafio.
Un mínimo poemario
arpegia las cenizas transparentes,
dantescas congojas
husmean el colapso color chocolate;
canturreas las últimas melodías
antes del cadalso
y del floral olor agridulce.



LAS ANSIAS DE LA JAURÍA

Inexploradas visiones antropoides
descorren los telones de un infame degolladero.
Cierto merodeo escénico supura
en la siniestra deriva del matarife,
que chapotea flameantes rigurosas antorchas
de coágulos sin rumbo.
En escarlatas paños de billar
se inflama un mortecino juego
germina
una monstruosa cepa
entre la rancia lonja carnífera
y el griterío del mercado
apolillado en gutural angurria
de perpetua agitación.
No importa el bramido
ni el sórdido karma
porque la saliva responde
a las ansias de la jauría
y reluce en los ojos maquinales
la brizna fiambraria,
la avezada sed
que otorga la automática avidez a la toxina.



INTERREGNO

El tórrido gusano de ojos de centeno
esquiva la perturbadora luz mala
concentrada en un punto difuso del campo visual.
En el páramo que delimita el camino de tierra,
al borde del desvencijado terraplén,
emerge entre el polvo de la desbocada sequía
un ruidoso Rastrojero
y se estaciona sobre la hierba.
A escasos metros,
un pequeño roedor se escabulle en el rastrojo vacilante.
El hombre de la sotana suelta el volante
y saca un mugriento billete,
extendiendo su mano hacia el joven que lo acompaña.
El hedor de un caballo muerto
emerge del chamical, estremeciendo el lodazal y el bañado.
El hombre cierra las ventanillas,
los vidrios comienzan a empañarse lentamente,
acompañando al rocío y al sudor.
El quejumbroso molino retuerce el paisaje
con sus aspas crucifixiales.
Recuerda a un dios extranjero
en su propio cosmos,
atrapado en su acertijo
de interregno
frenéticamente terrenal.



AGUA DE LOS CHASQUIDOS

(1)

El vibrato del bullicio
se esparce en el desbocado cauce
remembrando el esquizoide frenesí
de un estereotipado hematoma;
el ritmo punzo-cortante del caudal
penetra en el arrabal siniestro
del caudillo.
Descansa el fraguado ojo
en la vitrina protectora,
junto a viejos trofeos sin laurel.

(2)

El imán se escuda en el polo regresivo mientras
los hemípteros avanzan sin claudicar.
La luna llena
luce demasiado maquillada
La sangre pesquisa las ruinas y los actos,
algunas bestias pacen
en una mínima pastura sobreviviente,
la paciencia hace estrépito
en un líquido
delineado en las formas del engaño.


(3)

A punto de caer el fruto en el puente,
obtura un timbre ajeno y acre.
Detiene la avinagrada musa,
la pluma que esconde su aliento.
La guadaña siega la memoria colectiva
El lúgubre sol desmitifica
el apetito recesivo,
su herética desmesura.


(4)

El hueco busca el hueso
y las entrañas cascaradas.
Las madrigueras hurgan
en el vacío extraviado.
Una avara floración,
casi incolora,
desvía la colmena
hacia el agua de los chasquidos



EPILOGO
(Oratorio Morante, 20.9.04)

La llaga baldía dispensa otro hedor innecesario
como la puna que altera el oído novicio
en la altura tremebunda.
Como el cochecito funerario,
la sorpresa del chocolatín envenenado
y la carne picada con vidrio.
El mostrador del bar en el caserío
dispensa las agujas alteradas del reloj
que no avanza.
Rulemanes y máquinas agrícolas
vegetan al sol penumbroso de quejidos.
El aria de los insectos necesarios para
el banquete de otros
congestiona la tarde y las narices
concentran la polvareda silenciosa.
Invariablemente.

Heréticos Individuales de RICARDO GUIAMET





SANCTI SPIRITU 1966


I
La imagen sobre las lomas. El hormigón de los silos.
La cercanía del pueblo. Indicios del arribo


El techo de tejas rojas de la cúpula de la iglesia
y a su derecha apenas distinto del cielo
el hormigón de los silos de granos
superan la altura verde oscura de la arboleda
que a su vez asoma del amarillo del trigal.
Debajo de él, y hasta el borde de la ruta,
una mancha de reflejos la laguna
es el mejor indicio del arribo.



II
El boliche donde desayunan grapa. Un universo rural.
La desmesura del vacío. La reja de arado.


Un cine al aire libre,
un único boliche y
un almacén donde cuelga del techo
una reja de arado.
Las maravillas desmesuradas
conmueven al niño citadino,
lo empujan al pavor.



III
El relato. La llave del sueño. Una religión de imágenes y fantasmas.

En el anochecer el abuelo era
un inmenso relato inmortal,
incólume frente al tiempo y la muerte,
la llave del sueño y el futuro,
el altar de la imaginación.



IV
El taller de carpintería junto a la sacristía. El ventanuco del ábside.
Nadie espera milagros. La mirada inquisidora. El ojo del amo.


Detrás de la iglesia
la religión es un taller de carpintería
y una cancha de fútbol donde
los chicos del pueblo y los nietos de la ciudad
corren sin esperar milagros
detrás de una pelota plástica y roja.
El cura de apellido escocés espía
por un ventanuco del ábside,
registra las gambetas con
el ojo ganadero que a simple vista en las pasturas
aprecia el engorde de la invernada.



V
Los acantilados. La dignidad conservadora. El paso a nivel de las vías.
Hojarasca peronista. Los apodos de la negrada
.

Un cielo que embate con su oleaje de nubes
el acantilado de los silos junto a las vías.
Detrás, el pueblo pierde su dignidad conservadora
en las calles mugrientas del otro lado del ferrocarril,
ahí donde la negrada peronista se ha acumulado
como hojarasca de abril.
La plaza, el club social, la oficina de Correos
y el único hotelucho son para esos santiagueños
tan ajenos como el usted o el señor pegados a sus apodos.



VI
Botánica. Los cipreses simétricos. La ofrenda de las coníferas.
Una palmera enana define la galería familiar.


Trigo, lino, girasol o maíz.
Eucaliptus aprisionados en un monte
rectangular en los terrenos ferroviarios.
Alrededor de cada casco o tapera
árboles diversos en abigarrados montes
de diverso linaje y alcurnia.
Como islotes u oasis,
los ombúes asoman del océano de lino.
Los cipreses del Prado Español
que se reiteran simétricos en el cementerio.
Las coníferas de la plaza ofrendando
escaleras celestiales en el orden de sus ramas horizontales.
Malvones, una parra de lavanda y una palmera enana
definen al jardín familiar.


VII
Tareas rurales. Camino al frigorífico. La redención a través del
martillo neumático. Mosquitada enceguecida. Los gauchos ríen.


La tropilla de nubes imita, un espejo caricaturesco,
el bamboleo de los vientres y los terneros
erráticos en el potrero que los drena al brete redentor.
Más atrás, dos gauchos a caballo bromean sobre
el fútbol de las grandes ciudades.
La mosquitada, enceguecida por el amanecer,
embiste por igual hombres y bestias.



VIII
Tropezando en la noche. El anuncio radial. El cine argentino de los años 40’

Una sombra furtiva trastabilla
en las veredas de ladrillos mal cocidos.
el pueblo es una oscuridad mal digerida
por la noche pampeana.
una voz que huye de alguna radio
transmite proclamas de un nuevo gobierno militar.
El invierno, con dones y galanura de
película de los años 40,
aguarda por las muertes.


IX
Zoología. La precisión de las lechuzas. Las víboras del campo. Los gatos de los pajonales hostigados por los perdiceros. Escabeche de vizcachas.

Esféricos nidos de tierra cocida
instauran un ritmo sobre los postes telefónicos
en el borde del camino vecinal.
Con una rigurosa precisión,
cada doscientos metros
una lechuza hace guardia
sobre un poste de quebracho del alambrado.
Zorros, cuises, el recuerdo mítico
en los viejos de los gatos monteses y
la presentida yarará en cualquier sonido
arcano que crezca en el pajonal
completan la zoología
que emerge y sumerge del
atlántico cerealero que sitia al pueblo
por sus cuatro costados.
Un armadillo cruza veloz
frente al Chevrolet 37’:
el peso jurásico de su caparazón
no impide una agilidad ajena
a la redondez de su figura.


X
La muerte llega. Picotazos de zancudas. Una comparsa.

El niño juega, inmune al tiempo que aquí y allá
mordisquea el cardumen de personas,
las extrae con picotazos de cigüeña,
los dirige entre una comparsa de deudos y curiosos
al cementerio en la entrada del pueblo.


XI
El telegrama indescifrable. Los apellidos del pueblo.
Noticias policíticas. Maniquíes.


En la oficina de Correos
un telegrama reposó toda una larga noche
indescifrable para el operador.
De la ciudad llegaban noticias
nuevas, misteriosas:
Las concisas frases hablaban de huelgas universitarias,
bombas molotovs y toque de queda.
Apellidos conocidos titulando los obituarios
y una novedosa categoría de noticias que
navegaba incierta entre las policiales y las políticas:
un hijo de los Núñez esposado junto a un camión celular,
el otro un maniquí sangrado sobre el adoquinado de
una calle desconocida.



XII
La vejación. Al cobijo de rincones. El niño proletario.
Aguarzapadas. El cuerpo lampiño.


El pueblo
una nada inmensa que exploran
las siestas infantiles.
Detrás de cada tronco,
al cobijo de cualquier tapial o
entre los yuyales del ferrocarril
la leyenda y la vergüenza
aguardan
agazapadas
la mácula violácea
que perdurará muda
sobre los muslos lampiños.


XII
La democracia del camión regador. Promesas de amor eterno.
Tirado entre los ligustros.


Veredas desparejas
ascienden a una cumbre de zócalos y paredes,
se alejan orgullosas del barrial
de la calles polvorientas.
El camión regador urge con una democracia
de siesta y empapa por igual cada rincón del terrerío.
Más allá, un pequeño parque cercado,
una pareja convence a los senderos pedregosos
de la sinceridad de las manos, se sientan
en el banco más lejano a atisbar
la pureza de sus emociones,
sin descubrir entre el ligustro
el profiláctico que agoniza allí
desde dos noches atrás.


XIV
El sueño del violador. El goteo de la bomba en el patio.
Destrezas olímpicas de los anfibios. Poder hipnótico.

La noche pampeana es una quietud de icebergs
fisurada por las receptoras de onda corta
donde nada amenaza al
nado sincronizado de los renacuajos ni a
los saltos ornamentales de los escuerzos
en las zanjas del otro lado de la vía.
Lo único inquieto en la noche,
el sudor y los gemidos que arranca
la pesadilla al cuerpo rural y tosco
que repite, en sueños, sin pausa,
lo que lastimara al niño.
Despierta en la madrugada, sediento:
el goteo de la bomba en el patio,
su ritmo hipnótico, no alcanza
para desnudarlo de la culpa y
el insomnio,
su herética desmesura.


XV
La confesión. El camino al cementerio. Breve historia lacustre.
Atravesar las aguas. La obscenidad del silencio.


La laguna muestra sus garras de pajonal y barro
que arañan las banquinas de la entrada al pueblo.
Alguien comenta, armando cigarrillos
sentado sobre el capot de una chata
en el camino al cementerio,
de los ciclos
crecidas y sequías del que
deberían llamar
espejo de agua.
La he visto casi muerta, refiere
(la lengua, su obscena punta, moja el borde del papel,
aprisiona por siempre las hebras del tabaco en
una cilíndrica prisión)
cuando tenía diez años la crucé,
magnifica,
y en ningún momento mojé mis rodillas.
Detrás, una escenografía perpetua
los prepara para la muerte,
macera sus futuros
y los devuelve, molidos y acabados,
a las penurias cotidianas.

XVI Epílogo
La mano en el aire. Las siguientes vacaciones.
Rutina. La Nación de los domingos.


El abuelo alza la mano
permanece quieto en una foto viviente
ofrendada a los ojos de sus nietos.
El micro desaparece hacia la ruta.
El hombre canoso, apenas lo pierde de vista,
ya ha olvidado los imprevistos de las visitas
y regresa a su rutina,
saluda a un colono que en un anacrónico sulky
baja al pueblo a comprar el periódico dominical.

Heréticos Individuales de SERGIO FUSTER




SUR DE SANTA FE

“Este sur sigue gringo y sigue sur
con tanto sudor de los que han muerto,
con tanta voz callada para siempre
y tanto campo para el mismo dueño...!

(Historia Gringa. Oficios de Abdul. Jorge Isaías)


Moebius y el eclipse de luna
el orden de la noche venadense
frívolo tecno que rodea
la rutina de fantasmas aburridos.

Sancti Spiritu, quietud inmaculada
laguna de flamenco y basural
de Birri y la documental, hablamos
mareando la vueltita de la esquina.

Vísceras de un zorro expuesto al sol
en la ruta 33, penúltima toma
Vasalli fabril, cine de Casilda, plaza de Villada
sólo el trigal te purifica, sur de Santa Fe.

Urge el verso que erosione la distancia
piadoso puente entre el pobre y la pampa fértil
Gauchito Gil, vigilia del camino
sólo el trigal te purifica, sur de Santa Fe.




DE MALA MUERTE

Caí en un bar de mala muerte
en la terminal
-el pocillo
del café con leche
lucía en su borde
un mosquito aplastado-
Había varios tipos pacíficos
con acento del norte,
desayunando.
Los únicos con ropa decorosa
(empleados del correo)
- lucían zapatillas nuevas
y les faltaban los dientes-
Hablaban sin claridad
bajo un destartalado ventilador
y la música de fondo
-de cumbia sugerente y muy villera-
filtraba algún comentario acerca
del culo de la moza.



NO ME CALMA

Un par de amigos
al teléfono,
o chatear
con un extraño.
Esa urgencia
por volarme los sesos,
no me calman
la caminata más bella
o el saludo fraterno.
Saber que hay galletitas en el tarro,
el consuelo fingido de una puta
o el último televisado de la fecha.
No me calma
honrar con lágrimas
la ausencia del padre.
No me salva
de un suicidio de domingo,
escribir el poema
de la melancolía infinita,
con tu lápiz labial.



REQUIEM


Perseguir al mosquito;
atiborrado de picaduras
y lacerantes zumbidos.
Acorralarlo en el vuelo
sin compasión.

Matar al mosquito
tallar su silueta contra el vidrio.
Sondear fugazmente
-un aire a victoria-
las vísceras sueltas e indefensas.



DE ACÁ

Rosario de la paraguaya en el Monito
depravado en la Catedral

invencibles mosquitos asesinos
paranoia en el oscuro Paraná

caravanas de busca cartoneS
comando de niños hambrientos

sonámbulos suicidas de Domingo
detract/adoradores del Dios soledad

nauseabundo caretaje
minita producida a morir en cacería
casita de los viejos/ casita de los viejos
casita de los viejos



INDULGENCIA

(Abril 2003, inundación)

¿Por qué tanta santa fe
ha enmudecido?

¿Acaso lágrimas diluviales
ahogaron la indignación?

¿Cuántos masturbatorios rezos
-cuál sagrado manto-
silenciaron la hipocresía?

¡Cuán eterno será su castigo
para compensar –aquí en la tierra-
tanta indulgencia!




EXPLOSIÓN JAGGER

Los gritos de Jagger
explotaban contra
el parabrisas

mientras

unos ojos desorbitados
-al amparo de un gutural
derrame tóxico-

invadían trágicamente
el territorio de lo indecible,

tal
vez
seducidos

por la herética desmesura

de la soja.




AGUA PREÑADA


I

Hay algo especial en el sabor
del agua preñada de cadáveres
no exquisitos,
esta lluvia última que
beben los santafecinos
como antes Birri o Mateo Booz.


II

Diluyen rostros
fantasmas del ahogado,
que aún resisten.


III

Anoche lloré
y mis lágrimas
-en correntada-
deslizaron sin tibieza
los vestigios de un dolor
crespuscular.

Heréticos Individuales de RAUL CARRERAS





a los que no abandonan
sus sueños.


VIAJE RURAL



I


puedo llenar de viento
y de sol y de verde soja las pupilas
el iris incrédulo
asombrado
mi urbano corazón con este horizonte descalzo
que nos obliga al silencio

alambrados de púas interrumpen el paisaje luminoso

aún puedo envejecer un instante
con las palmas abiertas al cielo antes
que el progreso descienda de las autopistas
antes
de subirme al automóvil y extenderme
por esa línea oscura de pavimento siempre
hacia un Sur profundo
en esta provincia signada por la fe
el agua iracunda
el engaño
y la frágil memoria.



II

envejeciendo
los molinos suspiran
como herida del Sur en la tarde su rueda gime

así el viento
calmo y caliente templa el ojo
fatigado del hombre que siembra
en el horizonte noble la mirada suplicando
gotas de cielo para la sed de esta tierra

paciente el deseo dibuja nubes lentas y oscuras

así el silencio
acurrucándose
áspero en las palmas del hombre
que sueña
solitario bajo el sombrero de paja
la cosecha



III

descalzos sueños naciendo en el pajonal
inagotable
susurro de amor las palmas enmudecidas
canto de grillos en las cansadas taperas
bajo el rocío
plateado de la extensa noche el sueño
de la tierra generosa descansa

luego la tenacidad del grano amaneciendo

y el viento de la ruta que nunca olvida
enrojecido cuenta
siempre las mismas historias presentes
su lengua de hojas amarillentas
murmura
al viajero indiferente
de aquellos sueños que se han llevado las aguas enloquecidas

anónima muerte país que se desgrana

a veces las cunetas reflejan solo el olvido

cuándo
el sueño liberado me pregunto
cuándo
la espiga bendecida alimentando las mesas
las mesas huérfanas que nos dejaron
la desidia y el agua que aún siguen pasando



IV

polvoriento el camino
en el alba luminosa se adelgaza
y se pierde sobre el lomo difuso del paisaje

después del puente la laguna
abre infantil su ternura de patos silvestres
y teros alucinados
en la mañana temprana del Sur

los eucaliptos frondosos traen la sombra fresca
quién
puede emigar de esta quietud

el perro moja sus patas en el agua barrosa
salta sobre la sombra que dejó una perdiz

respiración del agua mansa
y la débil bruma se expande
aquí
nace el silencio
que una brisa piadosa arrastrará hasta el corazón
de un pueblo cercano
aquí se originan el deseo
de la mujer amada la tibia
desmesura de sus pechos la cadencia
morena y melancólica de las caderas enamoradas aquí
la húmeda
dignidad del ojo
que todo
lo comprende



V

pueril
bajo la sombra incipiente
de una joven parra la memoria
del viajero se detiene junto al aroma
humeante del pan casero
caliente
se detiene
y bebe
en el agua fresca del estanque los nombres ausentes

Vicenta la abuela paterna
horno de barro sus manos
patio de tierra y la mesa
dura de madera dura
su áspera caricia

el latido modesto de la granja trae
difusa su voz italiana
canción de abuelos emigrantes
la siesta
agua para los recuerdos
para el torrente de la memoria
sombras pueril de la identidad
siempre
siempre presente



VI

silenciosas
las manos siembran a pesar
de los traidores siembran

eclipse
y los cuerpos terrosos se arrastraron lamiendo la mentira

el tren que ya no pasa y las mañanas que ya no pasan
se parecen tanto
al destierro en estos andenes arrasados
vaciadas siluetas de un pueblo
infinito
gotear de sueños que emigraron

silenciosas las manos siembran
bajo un sol caliente y humillado
a pesar de la repugnante mueca de unos traidores siembran
obstinadamente
siembran



VII

paradas junto a un almacén solitario las ruteras
anochecidas
a la entrada de un pueblo quieto esperando

se cuenta que lo hacen por unas cuantas monedas

derraman el semen de los camioneros
sus bocas existen detrás de la luna

se cuenta que en otra época eran obreras que aún
sus piernas enmudecidas conservan el frío
desmantelado frigorífico su pasado

se cuenta que cantaban sus bocas canciones
y marchitas a los sobrevivientes hijos
de una revolución productiva

rugen su civilizado grito los grandes camiones
sobre el asfalto lejano alguno se detendrá
bajará buscando el húmedo
calor que brota de los labios
por un instante
plateados



VIII

urbanos
mis párpados profanos bostezaron la quietud
y el vuelo silvestre del ave
para esta pupila solitaria

arrastro la voz del viento seco
en la lengua el murmullo lento del riacho
la dócil procesión del ternero y sus ojos
extensos

traigo el asombro
la escasa sombra de la planicie
para las calles humildes de mi barrio
traigo la ofrenda de la siesta
el sudor de las tranqueras y la fe del arado
y la ausencia
frágil paisaje que la avaricia devoró
el hueco que ha dejado en la tarde
la herética desmesura de los hombre

Prólogo de Herética Desmesura por MARCELO SCALONA





La desmesura tiene siempre la seducción de lo orgiástico, lo primitivo, lo original, lo salvaje. Lo sabe sólo quien ha hecho el amor en mitad de un surco rodeado de choclos o espigas; y hay que haber aspirado todo eso en un solo instante, y más tarde, igual, darse una vueltita por la morgue: el perfume de la tierra en vivo, o el de la carne, en muerto; el semen o el fluido y el terrón y esa confusión de la espiga con los pelos y de la carne con la tierra. Eso es desmesura, y así son, terriblemente visuales, lacerantes y directos, estos poemas exagerados de Guiamet, Fuster, Marquinez y Carreras: los rastros que deja el crimen, el semen, el himen, el vino y la clámide.
¡Pero qué bien escritos...! Con una materia tan evidente, podrían haber tomado el atajo de la manipulación o la cursilería. Pero no, la articulación es barroca pero definida, romántica pero áspera. Una provocación hondamente lírica, llorada, especie de escupitajo de los humillados y desde abajo de las ruedas del engranaje asesino. Especies del Rimbaud maldito, Francois Villón, León Bloy, Almafuerte, pero revisitados, claro, 2004, cercanos a Perlongher, Bukowski, William Burroughs o a la imagen poética del “Irreversible” de Gaspar Noé o del cuchillo que corta el globo ocular de Buñuel. Una evidencia desmesurada, repetida, que adrede causa el mismo hartazgo de una orgía perpetua (¿la historia?), del solaz asesino, o del placer en ciernes, larvado, hipócrita o, por fin, desahogado.

Si se acuerda con Arlt, acerca de que la escritura debe ser un cross a la mandíbula, estos poemas, lo cagan a uno a trompadas. El cuarteto en común rezuma una voz bien indecente, como “La Balanida” de Verlaine o cualquier texto de Sade, o el Tuñón, de Boedo , pero acorde a la época y su fina formación, el libelo, odioso e implacable, resulta como una figura barthiana: no falta en ningún momento el collage entre el país sojero y los tubos catódicos, los programas de radio del año 40, la alteración de las subjetividades enamoradas de los travestis, los intertextos con lenguajes del peón rural, el cura sodomizador o el simpático torturador que llamaba “putitas” a las víctimas femeninas. Bello desahogo a la sempiterna pacatería rosarina, que tendrá una nueva oportunidad para decir: “algo habrán hecho, para escribir estas porquerías...”

Guiamet, Fuster, Marquinez y Carreras, adrede insultan, saturan, como un homenaje (el que recién está empezando) a Perlongher o a Puig, acusando a todos los timoratos que en este país han hecho morcillas con seres humanos, empezando por Tata Dios, claro, que, dicen, ya tendría ciudadanía italiana.
Como siempre ocurre con esta clase de textos, tendrán fanáticos o enemigos, serán considerados un canto o una abyección: a algunos nos parecerán bellos como los espumarajos de Van Gogh; a otros, basura. No hay posibilidad de ponerse en el medio. En un punto, “Herética desmesura” es el lanzamiento (¿vómito?) de un registro poético, de un lugar en un lugar en el mundo.
Los que gustan del hermetismo, las alusiones y lenguajes omitidos, podrán disfrutar de los poemas individuales de Raúl Carreras, una Epifanía triste que dice algo de aquello (Borges) que nunca termina de decir la pampa: un tono impresionista que puede hablar de objetos rurales y cotidianos con una musicalidad suave, precisa, honda. Los poemas de Fuster, en cambio, son más explícitos, visuales, urbanos en el recorrido de sus versos. En el caso de Guiamet y Marquinez, parece que ellos hubieran conducido el tono devastador de la obra colectiva. Lo mantienen en sus poemas individuales, una catarata sensual exasperante, extenuante, que adrede nos pone en vilo hasta el mismo desahogo del climax o el éxtasis. Pero no ceden nunca a la tentación de manipular o sorprender. Provocan, enamoran, atribulan, pero sin sobreactuar las palabras o imágenes. El desafío del barroco es alcanzar ese equilibrio.
A algunos no nos costará nada, a otros, les exigirá cierto esfuerzo sentarse en el ring side de estos poemas, para ver una pelea de box o una violación y seguir tomando vino sobre la resaca de las siete de la mañana. Estos poemas son eso: una provocación, una protesta revulsiva y, especialmente, el orgullo y la alegría de ser eso, de no dar vueltas, apenas un par de fintas y enseguida, el jab a la mandíbula.